Tratando de escribir algo positivo


A veces la caminata por la ciudad nos pilla ensimismados, distraídos. Un buen día uno descubre que ha caminado las mismas cuadras, tomado las mismas micros, por meses, o por años, y se da cuenta que apareció un edificio nuevo,  que ese negocio al que siempre quisiste entrar sólo por enterarte qué había dentro ya no abrió más, o lo reemplazó otro que no te causa ningún interés. Lo mismo con algún restorán, o con un bar, o una casa, en la que veías envueltos en color amarillo, tras las cortinas, a una familia de cinco integrantes tomando el té, mientras ibas de vuelta de tu trabajo.

Caminar sin mirar, es lo que hacemos la mayor parte del tiempo.

Yo me cambié de barrio hace unos meses, y vivo en un edificio que reemplazó casas antiguas, menos mal que no eran de valor patrimonial, ¡sino no podría dormir! Me vine a vivir aquí donde viví mi infancia, a unas cuadras de la casa en la que me crié. Claro que a un departamento, porque no puedo pagar lo que vale una de esas casas como en la que crecí.

Donde vivo, puedo caminar, hay árboles, hay largas cuadras envueltas en un tamizado verde, con pastelones cuadriculados grises y rojos, con imperfecciones que se han producido a fuerza de las raíces de los añosos árboles que me vieron crecer.

Y desde acá, recorro las mismas calles que usaba para acompañar a mi abuela a comprar lanas, claro que sabiendo de la recompensa de un helado en cierto local.

Algunas aceras están más angostas, para darle paso a ensanches para los autos, pero son razonables.

En este barrio hay niños otra vez, yo aporto uno, y me gustaría a veces ser parte de esa pandilla de niños del edificio, también hay Climaterios y Eulogios, también hay Carmencitas y Eduvigises, eso es muy entretenido. Los miro sentarse en las plazas, orgullosos vigilantes de sus barrios.

Me gusta asomarme al balcón, me gusta ver los faroles alineados, despeinados por el follaje.

Me gusta caminar mi barrio. Me gusta saludar a los que he visto dos o tres veces, en el almacén, en el bar de la vuelta.

Ahora, no voy a esperar que desaparezca ese negocio, y tampoco me iré sin haber recorrido esa cuadra o ese pasaje que mellamó la atención, y me siento contento por esto. 

Yo sé que me sale más fácil hablar de cosas malas, pero no quise ponerme vinagre esta vez. Quise hablar de algo, estoy sentado en mi balcón, contento.